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jueves, 8 de abril de 2010

EL AMOR GRIEGO

Si la antigüedad tiene mucho que contar sobre la prostitución, el mundo griego es, junto con el romano, quién más información aporta. El hecho de que Atenas no estableciese leyes prohibiendo su práctica es señal inequívoca de la tolerancia que existía hacia este oficio, posiblemente por ser una importante fuente de ingresos, pero aun así se establecieron diversos tipos de sanciones. El hecho de ser permitida no implica necesariamente que estuviese bien considerada, como demuestra el hecho de que un padre pudiera renegar de su hijo si éste la ejercía, perdiendo todo derecho a los bienes paternos. Asimismo se perdían derechos públicos como el de tomar la palabra en la Asamblea del Pueblo.
Entre los griegos se distinguían dos tipos fundamentales de prostitución: la conocida como peporneumene, en la que la mujer vendía su cuerpo del mismo modo que se hace en la actualidad, como más común, y la hetairekya, en la que compartía cuerpo y casa durante periodos más o menos largos con quien la contrataba, antecedente claro de las cortesanas. Con el tiempo esta clasificación fue aplicada también a las relaciones homosexuales. La prostitución podía ser masculina o femenina, aunque el amor del hombre por la mujer siempre fue considerado como un amor vulgar, mientras que el amor superior, el amor griego, era el que unía a los considerados erasles – amantes maduros y activos – con los eromenoi – amados jóvenes y sujetos pasivos -.
La prostitución masculina estuvo considerada, al igual que la femenina, una profesión más, como demuestra el pago al telones de un impuesto que era revisado anualmente por el Senado de los Quinientos. Esta prostitución tenía lugar en el domicilio del cliente o en lugares habilitados al efecto, aunque quienes tenían la condición de esclavos solían estar en casas de prostitución. El cobro era en dinero, pero también recibían regalos llegando a veces a arruinar a los amantes cuando éstos pagaban, ya que la morosidad debía ser corriente tal y como apunta Aristófanes en Las ranas, quién sitúa en el infierno a los que marchan sin pagar después de haber gozado de un hombre joven, lo que obligaba a menudo a tener que hacer auténticos contratos. Paralelamente a esta prostitución existía otra más exclusiva que afectaba a jóvenes de buena familia los cuales llevaban una vida de lujo y tenían una alta cotización debido a su excelente formación.
Para prolongar en el tiempo la captación de recursos, en esta prostitución masculina se recurría a la emasculación, he hecho un joven castrado se vendía a mayor precio que el que no lo estaba. Por lo que respecta a la prostitución femenina, solía comenzar con la recogida de niñas por parte de alcahuetas, la compra por proxenetas o la aportación de unas madres dedicadas ya a la prostitución, o con los piratas que las vendían como esclavas o prostitutas tras capturarlas en las costas. Otro modo de obtener niñas, en este caso sin coste alguno, era recogiéndolas de las esquinas en las que sus madres las abandonaban dentro de las vasijas de barro. Las prostitutas de menor categoría, cuyo precio oscilaba entre dos óbolos y cinco dracmas, podían actuar por libre o con patronos o proxenetas, en calles y casas a las que acudía gente humilde, o buscando a sus clientes entre los marineros y comerciantes de los puertos, acabando generalmente en las peores calles del Pireo o dedicadas a tareas domésticas en casas de algún mal amo.
En cuanto a los proxenetas, estos solían ser hombres o mujeres que en algunos casos habían ejercido la prostitución con anterioridad pero que, tras emanciparse, se procuraban esta dedicación, entregando a su antiguo amo una parte de los beneficios obtenidos, era más habituales las mujeres proxenetas, en tanto que los hombres era patronos de burdeles. La primera lección que se daba a las prostitutas era sobre la contracepción y las prácticas abortivas, unos métodos entre la magia y la medicina de escasa efectividad. En el más alto nivel de la prostitución se encontraban las hetairas, acompañantes que sobresalían por su cultura, buen gusto, dominio de las artes, etc. En su juventud solían ejercer de forma clandestina para, una vez alcanzada la madurez, hacerlo oficialmente, acumulando riquezas y gozando de reconocimiento público. Además de por su intelecto, destacaban por su aspecto: andaban con elegancia y si eran de poca, estatura, colocaban suelas de corcho bajo el calzado, para dar forma al trasero usaban polisones, se colocaban senos postizos y todo esto lo complementaban con abundancia de afeites y perfumes. Algunas de estas hetairas destacaron en el mundo de las letras escribiendo tratados o poesía, como Artymassa, Fileris de Samos, etc. entre los clientes de estas mujeres había políticos o artistas que, a veces, se convertían en sus protectores a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero, ya que no sólo eran valoradas como fuente de placer, sino también de prestigio al denotar su compañía riqueza, razón por la cual solían acompañarlos a actos públicos y muchas veces incluso se instalaban en su casa sin inconveniente por parte de la legítima esposa.
Se alquilaban por períodos largos y, ya que el costo era alto, a veces hetaira y precio eran compartidos por varios hombres e incluso eran compradas si así resultaba más rentable. La hetaira, si había sabido mantener su fortuna e influencias, podía llegar al extremo de Friné quien levantó frente al templo de Apolo Pítico, en Delfos, una escultura bañada en oro, obra de Praxíteles, que fue colocada entre los reyes lacedemonios y macedonios y, no contenta con esto reconstruyó las murallas de Tebas destruidas por Alejandro Magno.

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